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Alojados en alguna parte del Gramercy Park de Nueva York, Charly y Pedro Aznar (que venía de terminar su aventura con el Pat Metheny Group) se encerraron a grabar con instrumentos y una portaestudio (el grabador de casete que revolucionó la forma de componer en los 80). De aquellas vacaciones en cautiverio nació esta notable canción narcótica: un fresco digital, cadencioso y maquinal a la vez, que describe un estado psiquiátrico que está en trance permanente, donde la noción de lo real parece perdida hasta nuevo aviso.